miércoles, 7 de julio de 2010

Debo irme ya. He de armarme -procuraré hacerlo solo- para acudir a la batalla. No retornaré de ella: ni vivo, ni muerto. Deseo entregarme a las aguas del río, como Aliatar en la derrota de Lucena; que no pueda encontrar nadie los restos del que fui, ni mis armas reales. Saldré sin despertar a Amín ni a Amina. Estarán juntos, idénticos y amantes, rezumantes de vida sobre la misma cama. ¿Para qué despedirme de nada ni de nadie? Todo está concluido. Dios a sí mismo se interpreta; pero yo dudo que le haya dado a ningún rey peor salario que el que me ha dado a mí.

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